JOSÉ MARÍA MORELOS, Quintana Roo.– Hubo un tiempo en que el calendario morelense no cerraba con uvas ni brindis, sino con el rugido de los motores sobre la carretera federal. Cada 26 de diciembre, comunidades como Kankabchén, La Presumida y el Kilómetro 50 quedaban casi vacías. No era abandono ni tragedia: era devoción. Comenzaba el éxodo hacia la feria de Peto.
La historia de José María Morelos está íntimamente ligada a Yucatán. Fundadas o refundadas por familias procedentes de la antigua Villa de Peto, estas localidades conservaron durante décadas un vínculo profundo con su lugar de origen. Cada fin de año, ese lazo se tensaba con la fiesta en honor a la Virgen de la Estrella, que para muchos no era una opción, sino un destino inevitable.
“No se perdían prácticamente la fiesta de Peto, ellos iban”, recuerda Arsenio Nahuat Morales, cronista vitalicio del municipio. En su memoria, el viaje anual dibuja una geografía de nostalgia donde el sentido de pertenencia superaba cualquier frontera administrativa.
La fe tenía un costo tangible. En una economía marcada por la subsistencia, las familias vendían gallinas, pavos o incluso cerdos para reunir el dinero del pasaje. No se trataba de un gasto superfluo, sino del cumplimiento de una manda espiritual y cultural. Vender el patrimonio del traspatio era la forma de pagar una deuda con la identidad, aunque fuera por unos días de feria, música y reencuentro.
Con el paso del tiempo, el ritual comenzó a transformarse. El éxodo que en su momento llegó a vaciar hasta 95 por ciento de algunas comunidades se redujo a un flujo constante, pero insuficiente para paralizar la vida local. De acuerdo con el cronista, hoy apenas alrededor de 40 por ciento de la población mantiene la costumbre.
El factor económico pesa, pero no explica todo. La antropología cotidiana del municipio apunta a una causa más profunda: el surgimiento de una nueva identidad. Las generaciones más jóvenes, nacidas y criadas en suelo quintanarroense, ya no sienten el mismo llamado del pasado yucateco de sus abuelos. El acento se diluyó y el arraigo se desplazó hacia el presente del propio municipio.
Al cierre de 2025, la terminal de autobuses y los paraderos ya no muestran el bullicio de maletas y jaulas de aves de antaño. El éxodo se volvió visita y la tradición, memoria. José María Morelos ya no se vacía para despedir el año; ahora se queda consigo mismo, habitado por una comunidad que honra su pasado, pero ha decidido que su hogar y su fiesta están aquí.
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