Por: Miguel González Compeán
Aunque no nos guste, hay límites a la voluntad. Hay quien piensa que con desear algo, se logra (libros hay que lo explican y lo promueven). Hay otros que arman un plan para zafarse de las limitantes de la ley o de las buenas costumbres. Hay, finalmente, los que piensan que nadie se dará cuenta de lo que hacen, aunque estén en medio de los millones de ojos que los miran, los evalúan y hasta los critican, pero finalmente se saldrán con la suya y su primer triunfo es que nadie se los impidió o se dio cuenta. Sin embargo, eso es casi imposible. Al final, todo se sabe, se evalúa, con documentos o con acciones verificables. Parece obvio, pero la realidad es que cuesta muchos años de vida y experiencia darse cuenta, pero sobre todo aceptarlo y actuar en consecuencia.
Samuel García es un buen ejemplo de lo anterior. Juró y prometió ante medios de comunicación que nunca haría algo como lo que hizo el Bronco: dejar la gobernatura para irse a la campaña presidencial. Como con el Bronco, bastó un poco de coqueteo del ejecutivo federal, para que las sirenas le cantaran al oído y abandonara su dicho y se fuera de campaña.
Sin embargo, Samuel lo quería todo. Irse de campaña, dejando a su secretario de gobierno como interino cerrándole la puerta al congreso que en su constitución establece que el único facultado para tomar esa decisión es el congreso local. Pataleó y peleó jurídicamente para lograr su voluntad. Con el argumento de que 26 diputados no podrían sustituir los 780 mil votos que lo eligieron a él. Nada más que con la novedad de que los mismos votos que a él lo hicieron gobernador a los 26 los hicieron diputados. Los tribunales le dieron la razón al congreso. Luego quiso reventar la sesión en donde se nombró al subfiscal, Luis Orozco, como gobernador interino y no lo logró. Ya en ese momento no era gobernador, sino gobernador constitucional con licencia, es decir, un ciudadano común.
No me puedo imaginar a que le tuvo tanto miedo de que llegara Orozco a la gubernatura de no ser por fantasmas o pecadillos guardados en los closets de palacio de gobierno, pero mandó tomar con la fuerza pública palacio de gobierno y así impedir que Luis Orozco despachara desde el primer minuto del 2 de diciembre. Y, para cerrar el sainete, mandó publicar en el diario oficial del estado (acto para el cuál no tenía facultades) su renuncia a la licencia y declarando que con ello era de nuevo gobernador en funciones. No se dónde estudió don Samuel derecho, pero todos estos actos lo único que hacen es desnudarlo como un ignorante en la materia.
Al final, hizo pública su renuncia como candidato y el día de hoy el no es gobernador en funciones, lo es Luis Orozco, hasta que el congreso se pronuncie respecto de la renuncia a la licencia que solicitó para irse a la campaña presidencial por MC. Para complicar las cosas y sin ser el gobernador, legalmente hablando, ha hecho eventos, abrió un puente y ha citado a su gabinete en diversas ocasiones, constituyéndose el delito de usurpación de funciones y generando varias faltas administrativas.
La crisis política que esto ha generado en el estado de Nuevo León es de proporciones inimaginables, porque no hay ley que pueda prever que un gobernador pida licencia, se desdiga media hora antes del plazo señalado para su inicio y empiece a dar ordenes como si fuera un asunto puramente de la voluntad y el capricho del gobernador. Que no tiene esa calidad a partir del primer minuto del 2 de diciembre.
Hay un detalle más. El gobernador interino, ha citado al gabinete a reuniones a las que nadie se ha presentado. Ha tratado de tomar el mando de policías y fuerza pública. Ha tratado de tenderle la mano a Samuel García y ofrecerle un gobierno en sintonía con los planes y obras que Garcia había iniciado, en fin se ha conducido con prudencia y con aplomo y el resto del gobierno le ha hecho el vacío, olvidando que todos son empleados del gobernador, no de Samuel García, por lo tanto incurriendo en faltas administrativas de desacato y en delitos si no tienen la autorización de Luis Orozco. La ambición y el voluntarismo no son buenos consejeros en materia de la vida pública. Si eso se suma una ignorancia completa del derecho, el destino de Samuel García, podría llegar hasta la cárcel. Nada más, pero nada menos, también.
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